La visitación de Maria a su prima Santa Isabel

«Bendita tú entre las mujeres… (Lc 1, 42) ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?» (Lc 1, 43)


En aquéllos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. (Lc 1, 39-40). María nos da el ejemplo de cómo debemos ser sensibles, de cómo debemos ser flexibles, de cómo debemos estar listos para responder a las inspiraciones que Dios pone en nuestras almas.

Cuántas veces a lo largo de nuestras vidas hemos tenido éstas o aquéllas inspiraciones, éstas o aquéllas inspiraciones de las gracias, sentimos en nuestra alma que debemos comenzar un camino o abandonar algo que nos perjudica, algo que nos lleva a ofender a Dios. Cuántas veces sentimos la voz de la conciencia o la propia voz de Dios invitándonos a comenzar un camino…

Nuestra Señora fue a visitar a Santa Isabel, no porque tuviera dudas sobre lo que le había dicho el Ángel o porque fuera mentira. Nunca se hubiera dado. Ella fue a visitar a su prima porque recibió una inspiración para hacerlo, fue movida por una gracia, recibiendo de ese modo un impulso en su interior y obedeciéndolo rápidamente. Ella se puso en camino porque en su interior le vino una preocupación:

‘Mi prima está por dar a luz, no le dijo nada a nadie, no habrá quién la ayude, ella no tiene hijos, está sola, yo necesito ayudarla. María no pensó en sí misma; fue en dirección a la ciudad en la que estaba Isabel, que quedaba tres a cuatro días caminando. Seguramente fue en medio de una caravana que pasaba por allí, pues viajar solo en esa época era un peligro grande.

Pero, ¿fue en dirección adónde? El Evangelio dice: «fue con prisa a las montañas…»

Ella no hizo un plan de viaje…, tal vez cuando me sienta un poco mejor…, o tal vez otro día… No, “fue con prisa…”. Cuando se trata de hacer el bien, así es que se actúa. Cuando alguien tiene una necesidad, Ella lo atiende de prisa; y es por esto que se puso a caminar inmediatamente. María vive dentro de la contemplación de Dios que se encuentra en lo más íntimo de su corazón. Nuestro Señor Jesucristo estaba siendo formado hombre en su claustro virginal. Por esto, tenía razones para quedarse en casa contemplando a este Dios que estaba siendo engendrado en su interior. Sin embargo, al recibir la noticia, no dudó y se puso en camino.

1- «En aquéllos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña…» (Lc 1, 39)

La ciudad de Santa Isabel quedaba en una región montañosa y la distancia de Nazareth hasta allí era de tres a cuatro días caminando. Por lo tanto era un viaje penoso y difícil, pero María está contenta, feliz, la alegría que la coloca en movimiento hace que abandone las comodidades y se ponga en camino.

Ejemplo magnifico para nosotros, cuando somos tocados por una gracia para seguir un determinado camino, o cuando somos tocados por alguna inspiración de Dios y somos invitados a abandonar una situación que no es agradable, o cuando es una situación que nos lleva al pecado, seamos rápidos y apresurémonos a imitar a Nuestra Señora en su predisposición en el cumplimiento del deber.

Vamos a continuación, en este primer punto de nuestra meditación a pedir gracias para poder imitarla:

Oración

¡Oh! Madre Santísima, en este versículo del Evangelio que meditamos, vimos cómo sois un ejemplo para nosotros. Vos, oh Madre mía, os pusísteis en camino con toda diligencia, aunque todas las comodidades os invitaban a quedar en casa, especialmente por el hecho de ser la Madre de Dios y estar con el propio Dios Nuestro Señor en vuestro interior. Vos podías perfectamente quedaros en la seguridad de vuestro hogar, pero os apresurásteis a ir al encuentro de aquélla que sería la madre de San Juan Bautista.

Madre mía, concédeme la gracia de nunca ser lento en atender las inspiraciones de Dios, y aunque esto nunca se ha dado con vos, se da muy frecuentemente con nosotros, especialmente cuando algún pecado, alguna ocasión próxima, alguna relación de amistad nos aparta del buen camino. Por esto, cuando reciba un llamado de mi conciencia, un llamado de la gracia o una inspiración obtenida por Vos para ayudarme, que yo obedezca Vuestra voluntad.

II – ¡El convivio con los santos!

«Y aconteció que cuando oyó Isabel la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; e Isabel fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre….» (Lc 1, 41-42)

He aquí el efecto de la presencia de Nuestra Señora, el efecto de la devoción a ella. Incluso San Juan Bautista, tres meses antes de nacer ya fue santificado por María.

Realmente los santos en su convivio se santifican y es real que la proximidad con una persona santa hace bien a las almas que no se cierran a las gracias de las cuales son vehículo. La influencia de un santo también es benéfica. Cuando alguien tiene la posibilidad de aproximarse de un alma santa, y es posible ver varios ejemplos a lo largo de la historia, como San Agustín que tuvo una madre santa y terminó por santificarse en parte gracias a su influencia. Y, ¿por qué se da esto? Porque la santidad es contagiosa, al igual que el mal. Los dos extremos contagian: el bien en su santidad contagia y el mal en su maldad y hediondez también contagia. Y vemos a Nuestra Señora que no es solamente santa, Ella es Santísima y por esto nosotros no decimos Santa Virgen, decimos Santísima Virgen.

María Santísima al llegar a la casa de San Isabel saludó y ¿cuál fue el efecto de este saludo? Fue la santificación del niño que estaba siendo gestado, San Juan Bautista saltó en el vientre materno. Y no solamente eso; por las palabras de María, Santa Isabel que era su prima, en el momento del saludo, después que el timbre de la voz penetró sus oídos, en ese momento el Espíritu Santo la tomó. El Divino Espíritu Santo podría perfectamente tomar a Santa Isabel sin la participación de Nuestra Señora, Él podría santificar a San Juan Bautista sin la intervención de María. Pero por la simple presencia de Ella, por ser Santísima, podría decirse que “fuerza” al Espíritu Santo a actuar.

Nuestra Señora es aquélla que propicia la santificación, por eso, una buena señal de salvación eterna es tener devoción a María Santísima. Tener esa verdadera devoción a la Madre de Dios, significa señal de predestinación y debemos agradecer a Dios por el hecho de hoy estar aquí en esta Iglesia, en la celebración del Primer Sábado del mes con la intención de reparar el Sapiencial e Inmaculado Corazón de María, confesarnos en esta semana, rezar el rosario como lo hicimos hace poco y recibir la Eucaristía en la Santa Misa. Todo esto es un don de Dios, es un privilegio y una señal de predestinación.

1 – ¡Santa Isabel da señales de gran virtud!

4Santa Isabel no tuvo envidia, todo lo contrario, ella reconoció los beneficios que Dios hizo en María. Ella, tomada por el Espíritu Santo, exterioriza y exclama toda la admiración que tiene por Nuestra Señora. Algo muy difícil de ver en el género humano, por desgracia. Nos gustan las comparaciones: vanidad, envidia, orgullo. Es común en nuestro relacionamiento social encontrar personas que no elogian, que no reconocen las cualidades del prójimo, todo lo contrario, disminuyen las cualidades de los demás. Esto no ocurrió con Santa Isabel que estaba tomada por el Espíritu Santo, no veía el momento de expresar todo lo que pensaba de aquella que sería la Madre del Salvador, y no en voz baja, porque dice la Escritura : “…exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”.

Es decir, reconoce que María es bendita más que ella misma. No nos olvidemos que María es más joven que Isabel, era casi una niña a su lado, y, sin embargo siendo mayor, reconoce las maravillas, reconoce los dones que Dios dio a Nuestra Señora.

Magnifico ejemplo, reconocer las cualidades de otros y esto no sólo es cierto para el género femenino, también lo es para los hombres. Debemos reconocer siempre los valores de nuestro prójimo y este reconocimiento es una obligación moral.

Santa Isabel también estaba cerca de dar a luz, pero reconoce que aquél que está siendo engendrado por su prima es mayor que su propio hijo. Que una madre reconozca que el hijo de otra es más que el suyo es señal de gran virtud, y es precisamente ese grado de virtud que debemos buscar, al punto de reconocer a aquéllos que son más que nosotros.

Vamos a pedir gracias sobre gracias para conservar en nosotros la idea de una entera disposición para hacer bien al prójimo y además la idea de tener siempre a mano nuestra alma, sin ceder jamás a una pasión que nos lleve al pecado.